Felicidad en construcción
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
La muerte del psiquiatra y escritor Ricardo Capponi nos regala la oportunidad de reflexionar sobre el tema de la felicidad, tan querido por él y al cual le dedicó muchos años, como lo señalaba en una entrevista. Paradojalmente, Capponi habló de la felicidad a partir de una experiencia trágica como es la muerte. Muchas veces comprendemos mejor el sentido de la vida a partir de su lado triste y doloroso.
“La sociedad de consumo ha trivializado la felicidad transformándola en algo que se puede improvisar, que está a la mano y que se puede comprar por diversos medios”, señala el doctor Capponi. Pero, nos aclara, “ella se construye”. La vida es difícil, llena de crisis y pérdidas. Ahora bien, si las emociones negativas se elaboran, “nos limpiamos de ellas y la felicidad brota sola”. Ello es igual que en el amor: “las parejas no fracasan porque no cultiven el amor, fracasan porque no se depuran del odio”.
Comparto con él lo de depurar las malas experiencias, sobre todo las dolorosas, para a partir de ellas reconstruir la vida y madurar en la felicidad. Aprendemos más de las malas experiencias que de los éxitos y momentos “felices”. Pero yo agregaría a su diagnóstico un aspecto: darse a los demás. “No te preguntes tanto si eres feliz. Pregunta más bien si has hecho felices a quienes te rodean”.
En efecto, la felicidad, como el amor, crece en la medida que se comparte. Así lo expresa san Francisco de Asís en su célebre oración por la paz: “Que allí donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya error, ponga yo verdad; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría”. Dando se recibe más, se conquista una plenitud de vida.
La muerte intempestiva de Capponi nos recuerda la fragilidad de la vida. ¡Tantos proyectos y anhelos truncados! Pasada una cierta edad tomamos conciencia de la finitud de la existencia y se nos invita a saludar con confianza a la “hermana muerte” de que habla el santo de Asís. En efecto, tener presente la última estación del viaje lleva a vivir mejor y más apasionadamente el día a día.
Por último, le hace muy bien tanto a la idea de felicidad como a la perspectiva de la muerte la conciencia de un Dios Creador que nos acompaña. Cuando tenemos a Dios en el corazón, ninguna tristeza puede ser mayor que nuestras esperanzas. La felicidad alcanza su plenitud en Su compañía –cómplice y cálida– y al final del camino.